Camino del Báltico etapa XXI

Amanece con frío en Clermont Ferrand, sí, aunque estamos a finales de julio el termómetro marcaba 14 grados. Los primeros kilómetros nos han llevado hasta el corazón de la región de Auvernia, haciendo nuestra primera parada en la localidad de Le Mont Dore. Desde ahí no hemos abandonado las rutas que atraviesan el Macizo Central francés, hasta desembocar en Montauban.

Ya hemos recorrido más de 7.000 kilómetros y, aunque aún restan más de 1.000 para llegar a Madrid, es como si ya estuviéramos en casa. Todo lo que nos queda por recorrer son paisajes muy conocidos por nosotros y, aunque tenemos por delante un par de jornadas, es como si fuéramos liquidando el viaje.

Ya no compraremos más galletas para el desayuno, con el aceite que nos queda nos apañamos bien, el pan también es suficiente. Es el momento de plantearte deshacerse de esas cosas que, en la vida cotidiana, no tienen una utilidad aparente pero, sin embargo, en el viaje se convierten en imprescindibles: la goma que sujeta los cables de los cargadores, la bolsa de plástico, medio rota, que ha servido para llevar en las maletas las chancletas de la ducha, el trozo de camiseta rota con el que limpiamos los mosquitos estampados en la pantalla del casco…

Durante los últimos veinte días hemos utilizado un par de pantalones, otras dos camisetas, unas zapatillas para caminar por los pueblos cuando ya hemos dejado las motos, dos navajillas, unas cucharas y tenedores, una tartera de plástico para hacer las ensaladas …
Volveremos a lo cotidiano, a abrir el armario cada mañana dudando qué ropa ponernos hoy, qué calzado, no sabremos qué cocinar para la cena… Un viaje en moto te enseña a apreciar lo realmente importante de la vida: lo que puedes llevar contigo, o sea, cuatro chismes, tres prendas de vestir, y un montón de proyectos e ilusiones. Esos no pueden faltar, o la vida deja de tener sentido.