En la primavera de 1997 recibí el encargo de viajar hasta los Alpes y los Pirineos para realizar un reportaje en el que tendría que hacer la medición de todos los puertos que se disputarían en aquella edición del Tour de Francia. El escenario no me resultaba ajeno, ya que había viajado en más ocasiones hasta estas montañas para disfrutar de periodos de vacaciones en los que había practicado alguna actividad relacionada con el alpinismo o con el esquí, pero ahora se trataba de regresar a la redacción con un trabajo, tanto redaccional como fotográfico, finalizado, con el agravante de que tendría que hacer la medición, kilómetro a kilómetro, de todos los puertos de la máxima categoría.
Ese trabajo se repetiría en cada temporada, hasta la actualidad, y fui perfeccionando el método para la medición de los diferentes puertos que he ido descubriendo, hasta convertirlo en una rutina, que iniciamos en aquella época y que hoy muchos han imitado.

La base de datos de los puertos que he ido coleccionando en estos más de 20 años superan los 400 pero, por encima de todo, lo que me ha resultado más gratificante ha sido el poder ascender en bicicleta por esas laderas en las que tantos buenos momentos hemos vivido contemplando a los grandes ases del ciclismo pedaleando en la carrera ciclista más importante del mundo.
Realizar un cometido laboral de estas características ha sido un auténtico privilegio aunque, el trabajo no deja de ser trabajo, y cuando hay que cumplir unos plazos y conseguir los resultados pretendidos, pierde el carácter lúdico y aventurero que desde fuera puede parecer tener.

Desplazarse a miles de kilómetros de la redacción donde trabajo y regresar a los pocos días con todas las mediciones correctamente tomadas, una buena galería de fotografías y las crónicas que decorarán el reportaje ya preparadas, a veces no se lleva muy bien con jornadas de lluvia o nieve (así son los Alpes en cualquier época del año), carreteras en obras, puertos cerrados por desprendimientos… y la infinidad de vicisitudes que pueden presentarse en cualquier viaje.

A todo esto hay que sumarle que, en la mayoría de los casos, viajaba yo solo, por lo que tenía que recurrir al uso de trípodes para conseguir tomar las mejores fotografías o vídeos, máxime cuando, durante los cinco primeros años, no existía la fotografía digital y el resultado de las tomas no lo podía verificar hasta no tener revelados los carretes.
Aun así me declaro abiertamente enamorado de los Alpes y los Pirineos.
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